la maldicion

La maldición

Todo comenzó con un gran incendio, el humo se podía ver a kilómetros de distancia, el cielo nunca estuvo tan oscuro como ese día, algunos comentaban que comenzó por una falla eléctrica ya que era una de las últimas casonas antiguas que conservaba la cuadra, y a pesar de eso nunca nadie conoció a sus moradores, era parte de esas leyendas urbanas que pasaban de vecina a vecina y cada cierto tiempo algunos elementos cambiaban, por ejemplo, se contaba que antes de la guerra de independencia la casa fue construida, y que sus primeros dueños eran una extraña mezcla de españoles con ingleses y mapuche, siendo los descendientes de estos últimos los que trabajaron como sirvientes, o que en realidad eran 100% españoles que habiendo arrancado de la santa inquisición, encontraron en este recóndito país un lugar para establecerse, o que en realidad eran descendientes de los pocos ingleses que acompañaron a Pizarro en la conquista del Perú, entre muchas otras historias, la casona solo fue habitada hasta el famoso terremoto del 85, donde la única dueña, la mis Ivonne sufrió un ataque al corazón que acabo con su vida, desde entonces no se vio morador alguno.
Quedó en el olvido hasta que la renovación del barrio comenzó y las casas se empezaron a llenarse de gente joven, fue entonces que la casona recibió esporádicas visitas de una misteriosa anciana, al principio se pensó que por fin la casona iba hacer vendida a una inmobiliaria o iba hacer demolida para construir un duplex o un pequeño condominio, pero al final la casona siguió en pie por muchos años, hasta la noche en que se incendio por completo.
Esa noche los bomberos, la televisión y los vecinos observaban como el fuego insaciable devoraba todo, sin percatarse que la misteriosa anciana observaba desde las sombras el espectáculo y parecía murmurar algo así como una oración, pero en un idioma desconocido.
Una vez que el fuego consumió el último pedazo de madera perteneciente a la casona, la anciana emprendió el camino hacia su hogar, a pesar de su avanzada edad era ágil n los movimientos, como si aun tuviera la fuerza de su juventud, la anciana tomo un taxi que la llevo a una serie de departamentos amontonados en una esquina de gran transito vehicular, pago y tan rápido como pudo subió al ascensor que la llevaría la piso 7 departamento 37, allí se saco sus ropas, se puso el camisón y se acostó, de pronto asustada abrió sus ojos, a los pies de su cama una sombra negra la observaba, lentamente la anciana trato de incorporarse, pero la sombra se abalanzo sobre ella, de un momento a otro la sombra se transformo en hermoso hombre y la anciana en una joven mujer.

El hombre deslizo su mano por debajo de las sabanas tocando suavemente la pierna de beleth, subiendo lentamente por la entrepierna sin que ella tratase de detenerlo, él mas que nadie conocía la naturaleza humana, ninguna mujer podía resistírsele, los incubus tenían ese poder, despertaban los deseos mas oscuros y beleth por muy fuerte que fuera era poco lo que podía resistir, una vez que su cuerpo comenzó a temblar, el demonio fue acercando seductoramente sus labios a la boca de beleth y mientras de ella comenzaba a emitir pequeños gemidos, su lengua estaba a punto de emprender el ataque cuando, escucho como cada palabra del conjuro se marcaba en su cuerpo, el demonio se alejo hacia un rincón de la habitación retorciendo en terribles espasmo:
- maldita! Por cuanto tiempo crees que podrás resistirme!!, tarde o temprano me darás lo que deseo.
Su sombra se deshizo en un rincón, pero seguía sin apartar la vista, lentamente de su velador extrajo un antiguo cuaderno, allí estaban anotados los nombres de sus viejas compañeras.

Anabell en sus años de moza había adquirido una hermosa casa en el famoso barrio brasil y a pesar de la creciente modernización, jamás acepto oferta alguna para dejar su hermosa casa a merced de los empresarios, se la conocía como la vieja de los cabellos negros, ya que los años no habían podido desteñirlos, la “vieja” pasaba sus días encerrada y solo se la podía ver en las noches o en los días nublado, una extraña fascinación de joven por la oscuridad había conformado su singular personalidad, sin embargo solo una vez se le vio de día, esa noche contemplaba la luna , un terrible presagio ensombrecía su corazón, por un instante creyó ver de reojo la figura de un hombre observándola en la esquina del pasaje, pero una vez que volvió a mirar no había nadie, regreso a su sala de estar, donde un te caliente y un par de libros le esperaba, pesadamente se sentó en su sillón se arreglo los anteojos y se cruzo de manos.
- Se que estas ahí, ¿Por qué no te muestras?_dijo Anabell tranquilamente.
El demonio apareció detrás de ella, suavemente deslizo sus labios por el cuello de lo que ahora era una joven mujer de cabellos negros, sus manos que sabían tocar bien jugaban con su vestido.
- siempre fuiste mi favorita,_dijo casi susurrando Baltazar.
Anabell se dejo arrastrar por la dulzura de sus caricias y los susurros seductores, el demonio seguía recitando las frases más hechiceras que conocía, creyendo que ella seria más fácil de dominar, sus manos se adentraron en la blusa de la muchacha siguiendo la curvatura de su pecho, fue entonces que exclamo de dolor su mano, derecha yacía horriblemente quemada, Anabel se levanto y dejo ver un hermosos collar color turquesa, el demonio comenzó a reír agitadamente, mientras envolvía su mano con un pedazo de tela:
- que tonto he sido!!, las tome como ingenuas brujas, mis disculpa._dijo el demonio y desapareció ante la muchacha.

Inmediatamente Anabell saco sal de su despensa y la esparció por todas las entrada de su casa, miro con nostalgia el tatuaje de su mano derecha y empezó a empacar.

Elibeth había estado preparándose por casi 100 años, con hierbas y restos de animales, estudiando las hechizos prohibidos, en su corazón sabia que la paz que habían creído ganar no duraría por siempre, siempre antes de salir cubría las entradas de su casa con sal para impedir la entrada de espíritus indeseable y dejaba un pedazo de espejo frente a su puerta para que las energías negativas no entraran en su hogar y a pesar no sabia ni la hota ni el diea en que le vendria.

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