Cerca de la cordillera, solitaria y lúgubre se alzaba la antigua casona de la familia Nefilim, en los tiempos antiguos rebosaba de grandeza y de elegantes fiestas, siempre llena de vida, le llamaban el Leviatán por su gran arquitectura, sin embargo la ruina llego y con ello el fin de los tiempos de gloria de los Nefilim.
En el fondo del salón principal, Alessar yacía recostado sobre los restos de lo que fue un elegante sillón, la casa había sido atacada cruelmente por el tiempo y el olvido: restos de muebles se repartían por el salón a excepción de las cortinas que mugrientas aun colgaban de las paredes, en sus manos sostenía fuertemente una Pistola española del siglo XVII, mientras su mirada yacía perdida.
Era un día soleado de verano, pero el silencio era sepulcral, el golpeteo de una ventana era la única melodía que se escuchaba, Alessar seguía sosegado desde su posición, fue entonces que se levanto lentamente, la casa entera comenzó a crujir, el viento comenzó a violentarse, de su espalda dos grandiosas alas grises emergieron en toda su inmensidad, pero Alessar las escondió rápidamente, a sujeto entre sus manos la antigua pistola y apretó el gatillo.
Comentarios
Bueno, yo ahora me dedico a escribir poesias en ves de historias me gustan mas....
nE!
A diferencia de Lord Axy, me gusta más el género narrativo. El cuento en sí, aunque esté en prosa y sea una narración, es un eterno poema que no te entrega su mensaje explicitamente. Muchos leen un poema y no lo entienden. Si no entiendes un poema será imposible entonces comprender un cuento contemporáneo.
Sigue así, y espero ver luego algo un poco más... novedoso. Tienes talento, no te apegues a lo tradicional. Lacónico? rebosaba? seguramente palabras no usadas por nuestra generación. Las encuentras lindas? yo sí, pero hay que saber muy bien dónde colocarlas, ya que si intentas solo adornar....
Te lo dice un narrador aficionado, espero que te sirva lo que te digo y que pronto publiques más.
Para ello ha sido encerrado en una torre inaccesible la cual se halla rodeada de murallas, abismos y fosos, y donde resulta aparentemente imposible todo intento de fuga. Una guarnición de soldados enemigos, a los cuales no es posible dirigirse sin recibir algún castigo, se encargan de vigilar permanentemente la torre. Son despiadados y crueles, pero terriblemente eficientes y leales: ni pensar en comprarlos o engañarlos.
En estas condiciones no parecen existir muchas esperanzas de que el prisionero recobre alguna vez la libertad. Y, sin embargo, la situación real es muy otra. Si bien hacia afuera de la Torre la salida está cortada por murallas, fosos y soldados, desde adentro es posible salir directamente al exterior, sin tropezar con ningún obstáculo. ¿Cómo? Por medio de una salida secreta cuyo acceso se encuentra hábilmente disimulado en el piso de la celda. Naturalmente, el prisionero ignora la existencia de este pasadizo como tampoco lo conocen sus carceleros.
Supongamos ahora que, sea porque se le ha convencido de que es imposible escapar, sea porque desconoce su calidad de cautivo, o por cualquier otro motivo, el prisionero no muestra predisposición para la fuga: no manifiesta ni valor ni arrojo y, por supuesto, no busca la salida secreta. Simplemente se ha resignado a su precaria situación.
Indudablemente es su propia actitud negativa el peor enemigo ya que, de mantener vivo el deseo de escapar, o aún, si experimentase la nostalgia por la libertad perdida, se revolvería en su celda donde existe, al menos, una posibilidad en un millón de dar con la salida secreta por casualidad. Pero no es así y el prisionero, en su confusión, ha adoptado una conducta apacible que, a medida que transcurren los meses y los años, se torna cada vez más pusilánime e idiota.
Habiéndose entregado a su suerte, sólo cabría esperar para el cautivo una ayuda exterior, la cual sólo puede consistir en la revelación de la salida secreta. Pero no es tan simple de exponer el problema ya que el prisionero no lo desea o no sabe que puede huir.
Se deben, pues, cumplir dos cosas:
1) Lograr que asuma su condición de prisionero, de persona a quien han quitado la libertad, y, en lo posible, que recuerde los días dorados cuando no existían celdas ni cadenas. Es necesario que tome conciencia de su miserable situación y desee ardientemente salir, previamente a:
2) Revelarle la existencia de la única posibilidad de huir. Porque bastaría, ahora que el prisionero desea huir, sólo con que sepa de la existencia de la salida secreta. A ésta la buscará y hallará por sí mismo.
Planteado así, el problema parece muy difícil de resolver: es necesario despabilarlo, despertarlo de su letargo, orientarlo, y luego revelarle el secreto. Por eso es hora ya de preguntarse: ¿Hay alguien dispuesto a ayudar al miserable prisionero? Y si lo hubiese ¿Cómo se las arreglaría para cumplir las dos condiciones del problema?
Afortunadamente, hay otras personas que aman y procuran ayudar al prisionero. Son aquellos que son de su raza y habitan un país muy, pero muy, lejano, el cual se encuentra en guerra con la Nación que lo aprisionó. Pero no pueden intentar ninguna acción militar para liberarlo debido a las represalias que el Enemigo podría tomar sobre los incontables cautivos que, además del de la torre, mantienen en sus terribles prisiones. Se trata pues de dirigir la ayuda de la manera prevista: despertarlo, orientarlo y revelarle el secreto.
Para ello es preciso llegar hasta él, pero, ¿Cómo hacerlo si ha sido encerrado en el corazón de una ciudadela fortificada, saturada de enemigos en permanente alerta? Hay que descartar la posibilidad de infiltrar un espía debido a las diferencias étnicas insuperables: un americano no podría infiltrarse como espía en el ejército chino del mismo modo que un chino no podría espiar en las Bases Americanas. Sin poder entrar en la prisión y sin posibilidad de comprar o engañar a los guardianes sólo queda el recurso de hacer llegar un mensaje al prisionero.
Sin embargo enviar un mensaje parece ser tan difícil como introducir un espía. En efecto: en el improbable caso de que una gestión diplomática consiguiese la autorización para presentar el mensaje y la promesa de que éste sería entregado al prisionero, ello no serviría de nada porque el solo hecho de que tenga que atravesar 7 niveles de seguridad, en donde sería censurado y mutilado, torna completamente inútil a esta posibilidad.
Además, por tal vía legal (previa autorización), se impondría la condición de que el mensaje fuese escrito en un lenguaje claro y accesible al Enemigo, quien luego censuraría parte de su contenido y traspondría los términos para evitar un posible segundo mensaje cifrado. Y no nos olvidemos que el secreto de la salida oculta tanto interesa que lo conozca el prisionero, como que lo ignore el Enemigo.
Y lo primero: ¿Qué decir en un mero mensaje para lograr que el prisionero despierte, se oriente, comprenda que debe escapar? Por mucho que lo pensemos se hará evidente al final que el mensaje debe ser clandestino y que el mismo no puede ser escrito. Tampoco puede ser óptico debido a que el pequeño ventanuco de su celda permite observar solamente uno de los patios interiores, hasta donde no suelen llegar señales desde el exterior de la prisión.
En las condiciones que hemos expuesto, no resulta evidente, sin duda, de qué manera pueden sus Camaradas dar solución al problema y ayudar al prisionero a escapar. Tal vez se haga la luz si se tiene presente que, pese a todas las precauciones tomadas por el Enemigo para mantener al cautivo desconectado del mundo exterior, no lograron aislarlo acústicamente. (Para ello hubiesen debido tenerlo, como a Kaspar Hauser, en una celda a prueba de sonidos).
Mostraremos ahora, como epílogo, el modo elegido por los Camaradas para brindar efectiva ayuda. Una ayuda tal que:
Despierte y Revele el secreto, al prisionero, orientándolo hacia la libertad.
Al decidirse por una vía acústica para hacer llegar el mensaje los Camaradas comprendieron que contaban con una gran ventaja: el Enemigo ignora la lengua original del prisionero. Es posible entonces transmitir el mensaje simplemente, sin doble sentido, aprovechando que el mismo no será comprendido por el Enemigo.
Con esta convicción los Camaradas hicieron lo siguiente: varios de ellos treparon a una montaña cercana y, munidos de una enorme caracola, la cual permite amplificar muchísimo el sonido de la voz, comenzaron a emitir el mensaje. Lo hicieron ininterrumpidamente, durante años, pues se habían juramentado a no abandonar el intento mientras el prisionero no estuviese nuevamente libre.
Y el mensaje descendió de la montaña, cruzó los campos y los ríos, atravesó las murallas e invadió hasta el último rincón de la prisión. Los enemigos al principio se sorprendieron, pero, como ese lenguaje para ellos no significaba nada, tomaron el musical sonido por el canto de algún ave fabulosa y lejana, y al final acabaron por acostumbrarse a él y le olvidaron. Pero, ¿Qué decía el mensaje?
Constaba de dos partes. Primero los Camaradaras cantaban una canción infantil. Era una canción que el prisionero había oído muchas veces durante su niñez, allá, en la Patria Dorada, cuando estaban aún lejanos los días negros de la guerra y el cautiverio perpetuo sólo podía ser una pesadilla imposible de soñar. ¡Oh, qué dulces recuerdos evocaba aquella melodía!
¿Qué Espíritu, por más dormido que estuviese, no despertaría, sintiéndose eternamente joven, al oír nuevamente las canciones primordiales, aquellas que escuchara embelesado en los días felices de la infancia, y que, sin saber cómo, se transformaron en un sueño antiguo y misterioso?
Sí; el prisionero, por muy dormido que estuviese su Espíritu, por más que el olvido hubiese cerrado sus sentidos, ¡Acabaría por despertar y recordar! Sentiría la nostalgia de la Patria lejana, comprobaría su situación humillante, y comprendería que sólo quien cuente con un valor infinito, con una intrepidez sin límites, podría realizar la hazaña de la fuga.
Si tal fuera el sentir del prisionero, entonces la segunda parte del mensaje le dará la clave para hallar la salida secreta.
Observe que hemos dicho la clave y no la salida secreta. Porque sucede que mediante la clave el prisionero deberá buscar la salida secreta, tarea que no ha de ser tan difícil considerando las reducidas dimensiones de la celda. Pero, luego que la encuentre, habrá de completar su hazaña descendiendo hasta profundidades increíbles, atravesando corredores sumidos en tinieblas impenetrables y subiendo, finalmente, a cumbres remotas: tal el complicado trayecto de la enigmática salida secreta. Sin embargo ya está salvado, en el mismo momento que inicia el regreso, y nada ni nadie logrará detenerlo.
Sólo nos falta, para completar el epílogo de la alegoría, decir una palabra sobre la segunda parte del mensaje acústico, esa que tenía la clave del secreto. Era también una canción. Una curiosa canción que narraba la historia de un amor prohibido y sublime entre un Caballero y una Dama ya desposada. Consumido por una pasión sin esperanza el Caballero había emprendido un largo y peligroso viaje por países lejanos y desconocidos, durante el cual, se fue haciendo diestro en el Arte de la Guerra.
Al principio trató de olvidar a su amada, pero pasados muchos años, y habiendo comprobado que el recuerdo se mantenía siempre vivo en su corazón, comprendió que debería vivir eternamente esclavo del amor imposible. Entonces se hizo una promesa: no importarían las aventuras que tuviese que correr en su largo camino, ni las alegrías e infortunios que ellas implicaran. Interiormente él se mantendría fiel a su amor sin esperanzas con religiosa devoción, y ninguna circunstancia lograría apartarlo de su firme determinación.
Y así terminaba la canción: recordando que en algún lugar de la Tierra, convertido ahora en un Monje Guerrero, marcha el Caballero valeroso, provisto de poderosa espada y brioso corcel, pero llevando colgada del cuello una bolsa que contiene la prueba de su drama, la clave de su secreto de amor: el Anillo de Bodas que jamás será lucido por su Dama.
Contrariamente a la canción infantil de la primera parte del mensaje, ésta no producía una inmediata nostalgia sino un sentimiento de pudorosa curiosidad en el prisionero. Al escuchar, viniendo quién sabe de dónde, en su antigua lengua natal, la historia del galante Caballero, tan fuerte y valeroso, tan completo en la batalla, y sin embargo tan dulce y melancólico, tan desgarrado interiormente por el Recuerdo de Amor, se sentía el cautivo presa de esa curiosidad pudorosa que experimentan los adolescentes cuando presienten las promesas del sexo o intuyen los misterios del amor.
¡Podemos imaginar al prisionero cavilando, perplejo por el enigma de la canción evocadora! Y podemos suponer, también, que finalmente hallará una clave en aquel Anillo de Bodas... que según la canción jamás sería usado en boda alguna. Por inducción, la idea del Anillo, le llevará a buscar y encontrar la salida secreta.
Coyote_Atlante /Nephilim ANZU - A.URon ANT.AN.TI AN.ZUcoyotl